domingo, 16 de mayo de 2010

Una balada para un loco

No cualquier frecuencia se escucha bien. A veces depende del alcance y no sólo en términos técnicos sino de relación locutor-oyente. No es lo mismo oír que escuchar porque para lo segundo se precisa estar atento y dejar que el cerebro absorba toda la información que le está entrando a través de los oídos. Poder pensar con claridad es una cualidad que nos nutre y que algunas veces, por el trajín cotidiano, es difícil de lograr, ya que no se encuentra el momento adecuado para hacerlo.

Todas las noches a las 23, de lunes a viernes, hay un espacio donde muchos oyentes alcanzan esa cualidad. Transmite, en su canal de frecuencia inusitada, el único demente con colina propia, "ego sed lux, et veritas et vita", el Loco de la Colina. Así arranca cada noche Carlos Rúa su viaje por las mentes de los locos que lo escuchan.

El programa, con una historia de más de 20 años que ahora sale por Radio Uno 103.1, logra formar una atmósfera para hacer un impasse y dejar que las voces del Loco y Tom Lupo seduzcan a los pensantes que están del otro lado. Conversaciones entre dos tipos con experiencia en la vida que tienen mucho para compartir. Cada palabra es un disparador de pensamiento; es como poner el dedo en el gatillo de una pistola que acribilla a ideas. Y el arte de dejar la pelota picando no es sólo atribuible a los locutores, que expresan pensamientos desde sus personajes y rememoran palabras de otros grandes a través de sus voces, sino también a los fervientes oyentes que responden a las consignas de cada día con respuestas más que inteligentes y abstractas, a veces simples y otras veces complejas y otras tantas simpáticas y originales. Sin dejar de mencionar alguna que otra que es una porquería y a la que el Loco cataloga impiadosamente como “horrible”. Al igual que la música que pasan, generalmente buena, salvo los temas que no safan del “¡sacalo, sacalo!”, del Loco, siempre en su rol un tanto ciclotímico, hasta que da con su balada “brillante”.

Un programa de radio en el que no te bombardean con mensajes publicitarios, más que las clásicas recomendaciones del Loco para ir a un buen hotel alojamiento. Un espacio donde se comparte literatura y poesía maravillosas y donde los silencios hallan su significado. Un paréntesis a la banalidad de largo alcance. Esta llegada es diferente, penetra sólo en la cabeza de quien quiere escuchar y sin darse cuenta termina descubriendo ese tiempo para detenerse y quedarse pensando.

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