jueves, 4 de noviembre de 2010

Arquetipos del fin del mundo

Un bello rostro. La despreocupación y la alegría de vivir en el campo. Las flores crecen pletóricas en el jardín. Todo parece perfecto, ordenado, armonioso.

La tierra tembló. A la 1:17 los relojes se detuvieron. Ya no vuelan los pájaros. El agua no corre libre por el grifo. Los insectos ya no zumban bajo el alero. La confortable electricidad es ya un recuerdo de los que añoran electrodomésticos fastuosos donde procesar el alimento que ya no existe. Los árboles caen. El sol es apenas una esperanza que teje la desolación en un mundo cruel, donde lo único que queda es echarse a andar por la carretera, guiados por un mapa desecho, acechados por el canibalismo, rumbo al mar, rumbo a una posible salvación.

Algo pasó, y no se sabe con certeza qué, pero la raza humana lucha por sobrevivir en un mundo en extinción donde gana el más fuerte, el que puede hacerle frente a las condiciones de vida extrema. Aquél que esté dispuesto a luchar será el ganador.

Así se inaugura el relato en The Road, film inspirado en el libro homónimo de Cormac McCarhy. Una transposición fiel del libro que, plagado de elipsis temporales, narra el derrotero de un padre y su hijo a través de una carretera en medio de un mundo en extinción y bajo la presión de los recuerdos de una vida plena cargada de amor.

Dos personajes arquetípicos se confrontan en el film. El padre, sobreviviente del gran desastre, que, aunque por momentos representa la duda existencialista de una vida destruida, encarna la figura del sobreviviente, del hombre que lucha pese a las condiciones extremas del entorno, y que acarrea además con el peso de cuidar él sólo a su hijo, abandonado por el otro arquetipo, el de la madre, víctima de la desesperanza, a la que ya nada conecta, ni siquiera la maternidad, con lo poco que queda de vida en el mundo. Extremos opuestos del ser humano frente a las condiciones límites de la vida, de la esperanza de la supervivencia y la hostigación del canibalismo.

La figura del padre, interpretada por Viggo Mortensen, resulta la más interesante para el análisis. Decidido y fuerte, es capaz de luchar hasta las últimas consecuencias. Encarna al ser verdaderamente protector, que, aunque dolido por los recuerdos de la pérdida del amor y la esperanza –representados en el film por flashbacks-, cuida a su hijo, a sabiendas de que el mundo se ha convertido en una lucha en la que todo vale, incluso el suicidio.

Así avanzan padre e hijo por la carretera, debiendo afrontar los recuerdos de un amor limitado, incapaz de luchar por la vida. Perseguidos por los caníbales, debiendo alimentarse de migajas, muertos de hambre, luchan contra el frío EXTREMO y avanzan en lo que parece un eterno derrotero. Y en el andar desesperado los arquetipos se presentan – muerte y ocaso, vida y esperanza-, atormentados por una persecución de la que se desconoce si es brillante u oscura, pero en al caso, persigue. Solo queda, entonces, el fuego propio, el de la esperanza que anida en un rincón lejano del ser humano, y que a la vez es fuerza motora.

Un desarrollo impecable de modelos extremos de vida se desprende tanto del libro como de la película, que se debaten entre la esperanza, siempre presente, y la muerte como moneda corriente. Extremos, sí, capaces de ser transpuestos al actual comportamiento individualista que llevan gran parte de los humanos en la actualidad.

Por Matías Schmidt

1 comentarios:

Ezequiel dijo...

Chicos, cómo andan?
Disculpen que use el post este para comunicarme con uds.
Soy Ezequiel de Proyecto Chakana y quería saber como conocieron nuestra movida!
Un abrazo.

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